Dice Cledis Candelaresi, en Página/12 de hoy...
"...Entre las varias posibilidades que se barajan en las discusiones técnicas para propiciar las energías limpias se incluyen otras para penalizar a las contaminantes (...) De crearse ese gravamen, los bienes argentinos tendrían que enfrentar una nueva restricción paraarancelaria, y de ahí el interés local en que no prospere (...) Esa imposición sobre el transporte es el principal desvelo de Buenos Aires, ya que, según considera el Gobierno, puede considerarse un país prolijo en términos ambientales: tiene una matriz muy centrada en el gas y su actividad agrícola es menos dañina para el medio ambiente que la de sus vecinos..."
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/137075-44177-2009-12-16.html
Otra nota, en el mismo diario, señala que...
Un informe de la CEPAL señala que en América Latina "A contramano de lo que ocurre con el resto del mundo, la principal causa de contaminación (51 %) es el cambio del uso del suelo, básicamente debido al avance sobre los bosques para el uso agrícola. Le sigue la propia actividad agrícola-ganadera (24 %)"
Pareciera que el termino "prolijo" necesita alguna revisión.
Que no somos China? Sin duda. Pero la destrucción masiva del suelo que genera el modelo de agronegocios (para producir soja que engordará cerdos en China) podrá ser muy prolijo para Monsanto, pero definitivamente no lo es para las miles de familias campesinas que resisten el avance de las topadoras y los matones agropecuarios.
La posibilidad de extraer los recursos del subsuelo, utilizando millones de litros diarios de agua y contaminando con cianuro podrá ser muy prolijo para la Goldcorp Inc. y la Northern Orion Resources Inc. que extraen el oro de La Alumbrera, pero no para los habitantes de Andalgalá y Santa María, que ven morirse sus animales por falta de agua...
La tala indiscriminada de miles de hectáreas en Salta, seguramente será muy prolijo para Romero y sus empresarios amigos, que se vieron beneficiados con la cesión de grandes extensiones de tierras fiscales un día antes de la entrada en vigencia de la Ley de Bosques, pero seguramente no lo será para las familias de Tartagal, que vieron como en unos pocos minutos se destruian sus viviendas y sus vidas por un aluvión, consecuencia erosiva de la deforestación sojera.
Es sinceramente muy posible que el veto a la Ley de Glaciares sea muy prolijo para los hermanos Gioja y sus socios -o mejor dicho patrones- de la Barrick Gold (como prolijas deben ser sus cuentas bancarias), pero sin duda no ha de serlo para los productores de todos los oasis cordilleranos, que año a año deben sufrir mayores peripecias por la escasez de agua.
Si, agua. Como la que dispone alegremente el Sr. Jones, dueño de miles de hectáreas en la Patagonia, incluyendo el Lago Escondido, gracias a los oficios de la mayoría de los prolijos legisladores patrios, que no han formado ninguna Comisión Bicameral para controlar la extranjerización de la tierra y el desguace de los bienes comunes.
O como la que astutamente controlará en el futuro el magnate norteamericano Douglas Thompkins -un “paladín” de la lucha “ecológica”-, a través de la adquisción de grandes extensiones de tierra en la zona del Iberá, justo por sobre el acuífero guaraní.
Quizás sea prolijo el discurso que dará el Secretario de Ambiente de la Nación, Homero Bibiloni en Copenhaguen, sosteniendo justamente la “prolijidad” del gobierno argentino en materia ambiental.
Recibirá algunos aplausos de los presentes, tal vez algún elogio de parte de los gerentes de las empresas transnacionales que se benefician con semejante prolijidad.
Difícilmente lo aplaudan las familias de Villa Inflamable, en Dock Sud, hartas de sufrir la contaminación con plomo y otros metales pesados provenientes del Polo Petroquímico de Avellaneda, mientras el Estado los atiende suministrándoles bidones de agua mineral.
Lo que se dice, un país prolijo…