jueves, 15 de abril de 2010

Nuestras amigas las Transnacionales

El 18 de abril se realizará en todo el mundo la Maratón “6K RUN FOR WATER” cuyo nombre completo es “DOW LIVE EARTH / RUN FOR WATER” cuya traducción es un típico juego de palabras en inglés: “tierra viva / corré por (en defensa de) el agua” ó “carrera por el agua” (en el sentido de “disputa por el agua”). La carrera se realizará simultáneamente en más de 190 ciudades en todo el mundo.
El evento pretende ser es “la mayor iniciativa mundial de la historia en apoyo a la crisis mundial del agua”. Según sus organizadores, su objetivo es “marcar un punto de inflexión en esta dramática situación que padece gran parte de la humanidad y unir a todas las personas detrás de una de las causas más urgentes de estos tiempos”
Y como su nombre lo indica, su principal organizador es DOW, es decir DOW CHEMICAL COMPANY, la empresa transnacional de la industria química más grande del mundo.

Con una facturación de 58.000 millones de dólares anuales y 46 mil empleados en todo el mundo, la compañía tiene presencia en 160 países, una larga historia de “protección del ambiente”:

En 1964, y anticipándose a los encargos que poco después le haría el gobierno norteamericano, Dow Chemical contrató a un dermatólogo de la Universidad de Pensilvania para que hiciera algo que no tuviera nada que envidiarle a uno de los preferidos de Adolf Hitler, el doctor Josef Mengele, y se le pusiera a la par. El dermatólogo realizó ensayos con dioxinas utilizando a setenta reclusos de la prisión de Holmesburg, en Filadelfia, cuyos resultados serían usados al poco tiempo y en gran escala contra la población civil vietnamita. Las dioxinas son las sustancias más dañinas que se conocen. Además de cancerígenas, son cinco millones de veces más tóxicas que el cianuro. En 1971, la compañía química volvió a los ensayos con presidiarios para probar un pesticida tóxico en el organismo humano. El resultado, considerado “satisfactorio”, le sirvió para lograr un nuevo agente nervioso, el Chlorpyrifos, producto que sustituyó al DDT cuando éste fue prohibido en 1972, pero tanto o más dañino. Obviamente, nunca llegó a saberse qué fue de todos los reclusos utilizados para los experimentos.
Entre 1970 y 1971, la planta de la Dow Chemical en Midland, Michigan, arrojó más de 17.000 millones de litros de aguas residuales al río Brazos y al Golfo de México. En 1980, un grupo de investigadores descubrió que 25 trabajadores de la factoría de la empresa en Freeport, Texas, tenían tumores cerebrales, 24 de los cuales resultaron mortales. Sin embargo, la fabricación y manipulación de productos de alta peligrosidad por parte de los trabajadores nunca se detuvo.
La última hazaña conocida fue tema hace un tiempo en los diarios de Nicaragua, ya que miles de agricultores allí están contaminados por el pesticida Nemagón, un producto que elimina las plagas pero también a los seres humanos. Solamente entre los trabajadores bananeros, el pesticida acabó con la vida de 849 de ellos en los últimos años, y la Dow Chemical, uno de los baluartes en la fabricación de pesticidas y sustancias letales, figura entre las compañías demandadas por los agricultores nicaragüenses.
Pero quizás la esmeralda que resalta en la corona de Dow Chemical ha sido hasta ahora, al menos hasta que no invente algo peor, el Agente Naranja.
Esta otra creación de la compañía química es una mezcla de dos herbicidas: el 2,4-D y el 2,4,5-T, y fue utilizado como desfoliante en los bosques y los arrozales por el ejército norteamericano en la guerra de Vietnam. Por cuestiones propias del apuro militar para ponerlo en práctica en esa guerra fue producido con una deficiente purificación, presentando contenidos elevados de una dioxina cancerígena: la tetraclorodibenzodioxina, tóxico cuyo uso afectó a más de tres millones de vietnamitas e incluso a muchos soldados estadounidenses a quienes, por supuesto, no se les informó debidamente sobre lo que arrojaban desde los aviones y sobre lo que recibían los que estaban abajo. Algo habitual en los emperadores del Norte, si recordamos que ni siquiera la tripulación del “Enola Gay”, el avión que arrojó la primera bomba atómica sobre población civil en Hiroshima -con las consecuencias que aún hoy sufren los sobrevivientes y su progenie-, conocía el poder de lo que transportaban. Un producto, esta letal dioxina, que además dejó secuelas en los afectados de ambos bandos en Vietnam, ya que ellos y sus descendientes siguen padeciendo graves problemas de salud, entre ellos malformaciones genéticas.
Un grupo de vietnamitas inició un juicio en Estados Unidos contra las grandes compañías fabricantes del Agente Naranja. Mientras ellos aún aguardan el resultado de sus demandas, al menos un grupo de más de noventa veteranos de guerra de Estados Unidos tuvieron algo de suerte dentro de sus padecimientos: en 1984 obtuvieron la suma de 180 millones de dólares en concepto de daños a la salud por los efectos adversos de la exposición a ese herbicida. Por su parte, los representantes de las compañías depredadoras esgrimen en su descargo dos palabras casualmente bien conocidas en la Argentina, sobre todo en los últimos años de su historia reciente: “obediencia debida”. Para ellos, simplemente “se siguieron órdenes del gobierno”. [1]

En Argentina, la subsidiaria de DOW CHEMICAL es la DOW ARGENTINA, y su principal empresa, DOW AGROSCIENCES, dedicada principalmente a la producción y venta de productos agroquímicos tales como herbicidas, fungicidas, etc., responsable de la comercialización de productos tales como PANZER (cuyo nombre, tan sutil, no esconde otra cosa que el poder destructivo de su principio activo: el glifosato) cuyos efectos en la salud y el ambiente en general son altamente conocidos (a pesar de la capacidad de lobby de la compañía, que evita que esa información sea conocida por la población y –lo que es peor aún- que el Estado prohíba su utilización)


El nivel de cinismo e hipocresía de esta compañía –al igual que su “hermana” Monsanto- es tal que, en los folletos que acompañan estos productos se advierte que ”durante una sola exposición prolongada con la piel, es improbable que el material sea absorbido en cantidades nocivas” y aunque aclara que ”cloquintocet-mexyl causó reacciones alérgicas en cobayos” por fortuna “no causó defectos de nacimiento u otros defectos en el feto de animales de laboratorio…”
La responsabilidad con la que manejan sus productos es manifiesta: ”no se esperan efectos adversos durante el uso normal (¿?) Sin embargo, es conveniente evitar la exposición a los vapores del producto (por las dudas, vió?)

De modo que, una empresa que históricamente ha contribuido a la polución y destrucción de la vida sobre la tierra, y una de las responsables del mayor desastre ambiental de las últimas décadas (el agronegocio sojero y sus efectos devastadores sobre suelos, agua, aire, bosque nativo, flora y fauna en lagunas, etc.) es la que nos invita a “correr por el agua”.

No es en absoluto novedosa esta política de las empresas –sobre todo las transnacionales- que pretenden que los problemas ambientales derivados de un modelo de consumo superfluo y desigual se solucionan con una serie de cambios en los comportamientos ligados a la voluntad individual, tal como hace CENCOSUD (Supermercados Disco) instándonos a “salvar el planeta” dejando de usar bolsas de polietileno en nuestras compras; o el CITIBANK, que nos invita a “cambiar el mundo con un simple click” (optando por recibir nuestros resúmenes de cuenta bancaria por e-mail en lugar de por correo postal, logrando detener de ese modo la deforestación de la selva misionera)

Lo que aparece con suma claridad es que, además de ocultar y desviar la atención sobre las verdaderas razones de la crisis civilizatoria que el capitalismo ha producido en tan sólo unos pocos siglos –cuya faz ambiental, aunque visible, es sólo una de tantas- y por lo tanto, sobre los caminos a tomar para acabar con ella; pretende “socializar” las responsabilidades, equiparando el impacto de quien arroja un papel a la calle con el vuelvo de millones de toneladas diarias de agrotóxicos sobre los suelos, el aire, el agua, y la vida de las personas.

No se trata por supuesto, de justificar tales comportamientos amparándonos en que “otros contaminan más”, sino de romper con la trampa del “minimalismo ambiental” –tan de moda en la educación básica- que nos propone la salvación y la vida eterna para quienes reciclan botellas de coca-cola.

Por suerte no todo está perdido, ahora contamos con la invaluable ayuda de Al Gore, ex Vicepresidente de EEUU durante la administración Clinton y miembro de la familia propietaria de W. L. GORE & ASSOCIATES, una gigante transnacional dedicada a la industria textil, aeroespacial, energía, bioquímica, farmacéutica y armamentos, quien realiza giras internacionales advirtiendo sobre la “incómoda verdad” del cambio climático, y la necesidad de reducir las emisiones de carbono. Tamaña cruzada a favor del plantea le ha valido, no tan solo el Premio Nobel de la Paz (sí, el mismo que le dieran a Barack Obama el año pasado, tan sólo unos días después de haber ordenado que se aumentara el número de tropas estadounidenses en Afganistán…)

En la conferencia que diera recientemente en Buenos Aires, rodeado de celebridades preocupadas por el futuro de la humanidad, tales como el presidente de Ford Argentina, Enrique Alemañy; el titular de Aysa, Carlos Ben, Eduardo Constantini, presidente de Consultatio; Daniel Vila, multiempresario de multimedios; el presidente del Banco Macro, Jorge Horacio Brito; Andrés Meta del Banco Industrial, y el presidente de OCASA Mario Dobal, afirmó que “las consecuencias catastróficas” que el cambio climático genera en el mundo, impactarán en distintas áreas de vida, entre ellas, la economía. Pareciera que en la suya ha impactado muy positivamente, ya que su fortuna personal pasó de 2 a 100 millones de euros en el año 2008 embolsándose en 7 años aproximadamente 70 millones de euros, puesto que en sus conferencias obtiene alrededor de 100.000 euros en cada una.
“La crisis climática es el desafío más riesgoso pero, a la vez, la mayor oportunidad para lograr un desarrollo sustentable. Esto es una cuestión moral, no política, y si permitimos que esto suceda, es un acto falto de ética” dijo el empresario, ante lo cual, la multitud presente, aplaudió jubilosa.

Sergio

[1] Extraído de Ecoportal, http://www.ecoportal.net/

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