miércoles, 28 de febrero de 2007

EL BOSQUE PLATEADO

No había prestado atención en el viaje de ida, pensando en la nota que íbamos a hacer a Doña Juana, una mujer de 92 años que desde hace casi 50, vende café y tortas fritas a los turistas que pasan por su “hostería”, en la senda que conduce a la famosa Cascada de Los Alerces.


En el regreso, producto tal vez del cambio en la posición del sol, algo llamó mi atención en el color de los árboles, pero estaba distraído con las carcajadas de mis amigos, con quienes nos divertíamos comentando acerca de la pobre pareja de un argentino y una española a quienes alguien había “recomendado” hacer a pié los 18 km. que separan el Camping “Los Rápidos” de la mencionada cascada.

Fue así que al día siguiente, tomé la cámara y me dirigí hacia aquel lugar, a la altura del Lago Los Moscos, uno de los tantos que forma el Río Manso en su tortuoso camino hacia el Océano Pacífico.



Como tantas otras veces, me puse a cavilar sobre si tomar las fotos en color o en blanco y negro, pero como el día se presentaba espléndido, decidí que debía aprovechar esos cielos azules patagónicos, por lo que configuré la cámara para sacar en color.


Lo extraño fue que desde la primera foto, algunas partes de la imagen se veían en colores y otras en una riquísima gama de grises. Revisé la configuración: todo estaba en su lugar (y juro que no soy de beber en las mañanas)




En el mes de febrero de 1999, Tascha Joos estaba en su camping a orillas del Río Manso, donde los rápidos que allí se forman dan nombre al lugar y desmienten su pretendida mansedumbre, cuando llegaron unos turistas señalando que en la zona de Los Moscos se había declarado “un principio de incendio”


Cuando se acercaban al lugar, se percataron que aquellos turistas evidentemente eran cortos de vista o directamente desconocían el fuego. Aquello no era ningún “principio de incendio” sino el mismo infierno del Dante.


Las llamas se propagaban rápidamente con rumbo Este, avivadas por el intenso viento y la gran sequedad de aquel verano. Inmediatamente avisaron a Parques Nacionales quienes a su vez dieron comienzo a los operativos de combate de incendios forestales, que tan a menudo se sucedían por aquellos días en los que María Julia tenía a su cargo la privatización y/o liquidación y/o venta y/o regalo del patrimonio público.




Pero ni los guardaparques ni los gendarmes ni los bomberos podían hacer nada frente al tamaño de aquellas llamas. La temperatura era tal que las lengas explotaban y las brasas cruzaron el Manso, y en tan sólo un par de horas subieron por los faldeos del Cerro Falso Granítico y bajaron hacia el sector de la ruta nacional 258, a la altura del Lago Guillelmo.


Los huéspedes del Camping fueron evacuados, en tanto que Tascha, sus hijos Carolina y Nacho, junto a los empleados se dedicaron a sacar y poner a resguardo cortinas, mesas, sillas, vajilla, etc. a la espera de las llamas que irremediablemente venían a consumir lo que encontraban a su paso. También llegó el camión de la empresa distribuidora de gas licuado para retirar el “zeppelín” allí instalado.





Hasta aquel fatídico año 1999, las orillas del Manso entre el Mascardi y el Hess tenían permitido el acceso de acampantes y paseanderos. En una sociedad signada por el individualismo y la filosofía del “me cago en los demás”, hay quienes disfrutan de la naturaleza en “horario reducido” (es decir, durante las horas que les toca estar a orillas de un lago) e impregnan el interior de sus automóviles con fragancia a pino, pero tiran la lata de gaseosa por la ventanilla, no importa si están transitando la ciudad o un bosque de pinos.


“El incendio está fuera de control” -dijeron los Bomberos... “y si no para el viento y llega la lluvia, al mediodía va a llegar al camping”


“Me llamó la atención el color de los árboles, todos plateados” –dijo el pobre que había caminado hasta Cascada; “están así porque se queman por la nieve?”




Por donde quiera que se pose la vista, allí está el bosque plateado, allí están las huellas, con su cuota de tragedia y su cuota de belleza. Entre las ramas peladas de lengas y coihues, asoman ya algunos retoños, aunque predomina todavía el bosque bajo, de cañas, ñires, radales y rosa mosqueta.


En los límites entre el bosque y las nieves del invierno, en las orillas del lago, en los cañadones secos del verano, allí está el bosque plateado.

En los despachos de los burócratas, en las leyes de enajenación del Estado, en los miserables de siempre, allí está el bosque plateado.


En las ganancias de los terratenientes, de las compañías forestales, de las pasteras, de las papeleras, de las mineras, de las petroleras y de las sojeras, allí está el bosque plateado.


En los carroñeros que compran y venden bosques y ríos y lagos y montañas y glaciares y pantanos y aguas y aires, allí está el bosque plateado.




Alrededor de las 10 de la mañana, cuando los motores ya estaban encendidos, preparados para abandonar el lugar y observar de lejos la llegada del bosque plateado, comenzaron a caer las primeras gotas. La lluvia arreció y con ella, la naturaleza -en este caso- decidió que el fuego no llegaría al camping y que tod@s nosotr@s tendríamos la oportunidad de recorrer los palmos de bosque patagónico que aún permiten tomar fotos en colores.



En estos 8 años, poco se ha hecho para evitar la propagación de los bosques plateados. Es más, los verdugos de la tierra siguen empeñados en pintar nuestras vidas en monótonos grises, mientras que unos pocos disfrutan de los “UNITED COLORS OF BENETTON”


Sin embargo, no todos se resignan a la monocromía. En Esquel y Gualeguaychú, en Cholila y en Famatina, en Sierra de la Ventana y en Leleque, en otros y tantos pueblos y ciudades, nuevas voces se alzan reclamando el derecho al arco iris.



Las opciones parecen ser entonces esperar que la gris monotonía lo inunde todo en...

cinco años...



cuatro...


tres...


dos...


uno...


...









O juntarnos para pintar nuestros sueños en colores...

Texto y fotos: Sergio

viernes, 2 de febrero de 2007

PRIMERA ESCALA: Viedma - RN

El primer destino programado de este viaje fue Viedma. Allí me esperaba Javier, para ultimar detalles y coordinar nuestro futuro encuentro a fines de febrero en Bariloche.


Como puede apreciarse en las siguientes fotos, estos primeros días fueron dedicados al ocio contemplativo, al sol, las olas y el viento, bastante más que a las luchas de los movimientos sociales.
Fue así que ocupamos estos días de enero en recorrer y disfrutar los diferentes balnearios de la zona: “El Cóndor”, “Bajada Piccotto”, “Playa Bonita”, “La Lobería” y la espectacular “Bahía Creek” (para mi, la mejor de todas)


Para llegar hay que recorrer unos 100 km. de los cuales aproximadamente 50 están asfaltados, y los restantes de ripio.


Además de mi futuro compañero de andanzas, Javier “no se manejar pero soy feliz” Torres Molina, pasamos estos días con Virginia, Verónica (con quien viajamos desde La Plata), Luciana, Inés y Norberto (los padres de Vero y Lu), más las visitas de Adela, Natalia y Alberto “que bien que salgo en las fotos” Turu Ristevich.
En la siguiente foto, puede apreciarse una típica reunión playera; en este caso en “playa bonita” unos 30 Km. al oeste de Viedma.


1. Virginia; 2. Alberto; 3. Vero; 4. Natalia; 5. Norberto Storti; 6 y 7. Jorge y Lely (amigos de los Storti); 8. Inés; 9. Adela; 10. Javier; 11. Sergio (Luciana no salió en la foto porque seguramente estaba nadando o pescando)


Bahía Creek es una playa inmensa, prácticamente desierta, en la que lo único que se puede hacer (además de bañarse en un mar increíblemente azul), es tomar sol (o protegerse del sol)


jueves, 1 de febrero de 2007

TIBURON !!!

En Playa Bonita, existe una gran piedra que penetra unos cuantos metros en el mar y que forma un espigón natural (así, “el espigón” suelen llamar a este lugar).
Desde esta avanzada calcárea, los pescadores pasan las horas en busca de algún trofeo ictícola, desde algún modesto pejerrey hasta alguna corvina, algunos “chuchos” y la pieza más preciada: el tiburón.


Una tarde, mientras gastábamos nuestras horas entre el mar, el tejo o la “paleta playera”, en el espigón comenzaron a notarse algunos movimientos. Dejando de lado mis labores playeras, me dirigí hacia allí cámara en mano, a ver qué sucedía.
Encontré a uno de los pescadores luchando con su caña, y pidiéndole a los curiosos (como lo era yo) que dejen lugar para permitirle moverse con libertad, ya que seguramente se trataba de un tiburón (no era el pez espada de la novela de Hemingway, pero se traía las suyas)


Su compañero se zambulló al mar, arpón en mano, mientras en que tenía la caña se dirigía a uno y otro lado del espigón, con el objeto de cansar al batracio marino, que estaba dando pelea.


A unos 15 metros de la orilla, el arponero le estampó el cusifai a la pobre criatura, que no cesaba en sus movimientos arteroescleróticos,


Desde arriba, su compañero pedía que alguien lo ayudara, pero casi todos se hacían los otarios y miraban para el lado de los loros barranqueros.


El arponero comprendió que los loros tampoco habrían de prestarle ayuda y comenzó a arrastrarlo hacia afuera. Comienzo a temer por la suerte del arponero.

Finalmente, un samaritano que pasaba por allí, aburrido ya del canto de los loros, se digna a prestar ayuda a nuestro valiente cazador y juntos pujan hasta la orilla.


Una vez que el pescador, el arponero y el samaritano consiguieron llevar la bestia hasta la orilla, transeúntes y loros se acercaron para apreciar de cerca al infortunado (me refiero al tiburón)


Aquí yace la pobre alimaña, cansada ya de tanto batallar, exhausto tras la feroz pelea por su supervivencia sumada tal vez al patadón que le propinó el pescador; no se sabe si para que dejara de sacudirse o por la bronca que tenía ante las risas de los loros.

Texto y Fotos: Sergio