viernes, 20 de abril de 2007

Don Manuel y los violines

Ningún poblador de La Higuera posee un vehículo, salvo los franceses de La Posada, que albergan a los turistas más adinerados y que no tienen ninguna relación con la gente del lugar.
Probablemente por esa razón, los niños del lugar estaban muy interesados en conocer detalles acerca de nuestra “movilidad”: el precio, el tipo de motor, el kilometraje.
También Don Manuel se interesó en el vehículo y me pidió que lo abriera para mirar en su interior.
Lo primero que llamó su atención, fue el gran bulto cubierto con un aguayo colorido.
¿Qué es eso? –indagó curioso, ¿una guitarra?
Es un violoncello –le respondí
¿...?
Como un violín, pero más grande –aclaré
Ah... si, en Pucará, conocí a unos señores que tocaban música con eso –explicó, haciendo el gesto del violín apoyado sobre el hombro
¿Puede tocar un poco para mi? –dijo, con un tono casi de súplica

Entramos a su casa, y me indicó el lugar del patio en que podía acomodarme. El cello estaba bastante desafinado, así que me tomó un rato ponerlo en condiciones.
Don Manuel observaba fijamente el aparatito negro que tenía entre mis manos.
Es para poder afinarlo -le expliqué, mientras él continuaba haciendo el gesto del violín sobre el hombro, usando su machete como arco.

Toqué un par de melodías de memoria, con Don Manuel sentado a mi lado, bajo el alero del patio de la casa.

Muchas gracias –dijo, y me regaló una sonrisa. Gracias por tocar para mí.

Guardé el cello en su estuche y nos dispusimos a escuchar una más de las anécdotas que Don Manuel nos contó acerca del Che. Como cuando lo conoció en una fiesta en el Abra del Picacho, y pidió que tocaran música de Bolivia.
El ambiente era tenso y el Che les dijo a sus compañeros que bebieran y que bailasen entre ellos. Esa actitud agradó a los campesinos y generó que tuvieran más confianza hacia los guerrilleros, hasta que lo avanzado de la hora los obligó a abandonar el lugar y el sosiego momentáneo de aquella fiesta.

¿Sabe una cosa? –me dijo antes de que partiéramos... Cuando escuché a aquellos músicos en Pucará tenía diez años, y desde entonces nunca más había escuchado tocar esa música. Gracias por tocar para mí.

Y pensar que en algún momento del viaje, me pregunté si valía la pena andar cargando con el cello para tocar sólo muy de vez en cuando...


Texo: Sergio, foto: Javier

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